lunes, 15 de julio de 2013
No abrás la puerta
Cierra Tu Puerta. Lee atentamente mis palabras y cierra muy bien tu
puerta, al terminar de leer, agradecerás haberla cerrado.
Ya no hay tiempo, están cerca…
Sus pasos se escuchan, ya están llegando, intentan
abrir la puerta, la cerré en cuanto note que ya casi
era la hora de su llegada…
Escucho sus susurros… están hablando de mí,
hablan sobre lo que les prometí… Rasgan sus pezuñas contra mi puerta, sé que
quisieran rasgar mi piel con ellas…
Ahora empiezan a gritar, piden que les abra la
puerta, piden que cumpla mi promesa…
Exigen que pague por lo que ellos me entregaron… Pero…
Como podría cumplir algo que solo acepte en un
momento de ambición, sé que no debí haberlo
echo, jamás pensé en como podría cumplir algo
casi imposible y en tan poco tiempo no imagine que
ellos vendrían a cobrar aquel precio… “Conocimiento absoluto” me dijeron, tendrás todo
el conocimiento del mundo de toda época pasada o
futura, buena o mala, se revelaría ante mis ojos la
verdad sobre Dios, la ubicación de grandes tesoros
de la historia, podría solucionar errores de mi
pasado y tener respuesta para las preguntas de mi futuro, definitivamente quería aquel poder, era
demasiada tentación ante mi, ofreciéndose de
manera muy… Barata…?
No…claro que no era barata, tenía que entregarle
algo a aquellos seres, pedían un precio muy alto,
cien almas… cómo podría conseguir cien almas y en tan poco tiempo…?, oh no, claro que no lo pensé,
en aquel instante tome la pluma y firme el contrato,
si en tres días no entregaba lo prometido, mi vida
sería el pago. Si en tres días mi cuenta no era
saldada ellos vendrían y me arrancarían el alma.
Hace 2 días tenia que entregar aquellas almas, vinieron a recogerlas y se enojaron mucho al ver
que no tenía ni una sola, suplique por mi vida,
intente convencerlos y afortunadamente me dieron
una última oportunidad.
Tenía 2 días mas… 2 días para contar y hacer
famosa mi historia y ante todo hacerla creíble, me dijeron que si alguien se enteraba por lo que
pasaba y me prestaba atención por al menos 2
minutos imaginando cada palabra y sintiendo por
lo menos algo de emoción, la vida de aquel incauto
seria el pago…
Gracias por salvar mi vida, en pocos momentos…
ellos tocarán tu puerta.
martes, 2 de julio de 2013
miedo al mar
Miedo al mar
Mucho tiempo después de mi aterradora experiencia en el mar, decidí regresar a él para enfrentar mi miedo. Después de todo sólo había visto que algo agitaba el agua iluminada por la luna, y lo que me pareció algo absurdamente grande, bien pudo ser un grupo de animales. Estar pensando en monstruos marinos en ese momento seguramente contribuyo con el repentino terror que sentí esa noche. Esos razonamientos son los que me hicieron volver al mar.
Tras un día entero de viaje llegué a una ciudad costera, y veinticuatro horas después partí en un barco repleto de turistas.
Las dimensiones del barco me daban algo de seguridad, aunque seguía mirando el mar con aprensión, y alguien lo notó. Un viejo barbudo vestido de marinero se acercó a saludarme y, apoyado despreocupadamente en la baranda de la nave empezó una conversación:
- El tiempo está bueno -comenzó diciendo el marinero-. El mar está calmado.
- Sí, hace buen tiempo -afirmé.
- Pero igual a usted no le gusta -observó el veterano de mar, y sonrió bajo su barba.
- Usted es observador -le dije-. Es cierto, no me gusta el mar. Soy un hombre de tierra firme, de andar en el campo, en el monte. Esto es algo muy ajeno a lo que conozco, es… no sé, no le encuentro la belleza, me resulta inquietante, tanta profundidad, tanta vastedad… Francamente, le tengo bastante miedo. No me avergüenza decirlo porque estoy seguro que muchos se aterrarían en los montes donde yo duermo tranquilamente. Respeto a los que aman el mar, pero a mí no me gusta.
- No tiene que gustarle a todos, y no es vergonzoso temerle. Tontos son los que no lo respetan. Todos estos turistas -dijo el viejo mirando a algunos pasajeros que pasaban- creen que viajar en barco es divertido, creen que la tecnología los mantiene a salvo, creen que pueden cruzar por estas aguas sin tener un mínimo de respeto. Antes los marineros vigilaban el horizonte con preocupación, ahora vigilan sus radares y aparatos, pero no pueden verlo todo, el mar aún guarda muchos misterios…
Y dicho aquello el viejo marinero se despidió con un gesto, levantó un poco su gorra, se alejó y se perdió entre los turistas que deambulaban por la cubierta.
Tras esa conversación miré hacia el horizonte, y vi que una montaña de nubes oscuras y amenazadoras se iba elevando de a poco. Después empezó a soplar un viento por demás cálido, el mar empezó a picarse, se oscureció, y en cuestión de minutos la tormenta estaba sobre nosotros.
El personal del barco hizo que todos fueran a sus habitaciones, y noté miradas alarmadas.
Cuando entré a mi camarote la tormenta rugía ferozmente. A pesar del enorme tamaño del barco, el mar enfurecido empezó a sacudirlo, e inevitablemente me asusté bastante. Retumbaban truenos, el viento silbaba horriblemente, y el ruido del mar enloquecido era ensordecedor. Entonces maldije mi decisión de volver al mar, y no sé por qué miré repentinamente hacia la ventana redonda del camarote. El viejo marinero me miraba desde el otro lado del grueso vidrio, pero ahora tenía rasgos monstruosos: tenía dientes puntiagudos y una sonrisa descomunalmente grande, y lo iluminaron unos relámpagos, y aquel instante de intenso terror me pareció eterno, hasta que finalmente desapareció de pronto.
La tempestad duró toda la noche. Por poco el barco no zozobró, y de milagro no terminamos en las oscuras profundidades del mar. Unas horas después alcanzamos un puerto. En ese tramo del viaje busqué al viejo marinero con la esperanza de comprobar que era alguien real, y que lo que vi fue una especie de alucinación provocada por el miedo, pero no lo encontré, y aunque pregunté a varias personas nadie lo recordaba.
Tras un día entero de viaje llegué a una ciudad costera, y veinticuatro horas después partí en un barco repleto de turistas.
Las dimensiones del barco me daban algo de seguridad, aunque seguía mirando el mar con aprensión, y alguien lo notó. Un viejo barbudo vestido de marinero se acercó a saludarme y, apoyado despreocupadamente en la baranda de la nave empezó una conversación:
- El tiempo está bueno -comenzó diciendo el marinero-. El mar está calmado.
- Sí, hace buen tiempo -afirmé.
- Pero igual a usted no le gusta -observó el veterano de mar, y sonrió bajo su barba.
- Usted es observador -le dije-. Es cierto, no me gusta el mar. Soy un hombre de tierra firme, de andar en el campo, en el monte. Esto es algo muy ajeno a lo que conozco, es… no sé, no le encuentro la belleza, me resulta inquietante, tanta profundidad, tanta vastedad… Francamente, le tengo bastante miedo. No me avergüenza decirlo porque estoy seguro que muchos se aterrarían en los montes donde yo duermo tranquilamente. Respeto a los que aman el mar, pero a mí no me gusta.
- No tiene que gustarle a todos, y no es vergonzoso temerle. Tontos son los que no lo respetan. Todos estos turistas -dijo el viejo mirando a algunos pasajeros que pasaban- creen que viajar en barco es divertido, creen que la tecnología los mantiene a salvo, creen que pueden cruzar por estas aguas sin tener un mínimo de respeto. Antes los marineros vigilaban el horizonte con preocupación, ahora vigilan sus radares y aparatos, pero no pueden verlo todo, el mar aún guarda muchos misterios…
Y dicho aquello el viejo marinero se despidió con un gesto, levantó un poco su gorra, se alejó y se perdió entre los turistas que deambulaban por la cubierta.
Tras esa conversación miré hacia el horizonte, y vi que una montaña de nubes oscuras y amenazadoras se iba elevando de a poco. Después empezó a soplar un viento por demás cálido, el mar empezó a picarse, se oscureció, y en cuestión de minutos la tormenta estaba sobre nosotros.
El personal del barco hizo que todos fueran a sus habitaciones, y noté miradas alarmadas.
Cuando entré a mi camarote la tormenta rugía ferozmente. A pesar del enorme tamaño del barco, el mar enfurecido empezó a sacudirlo, e inevitablemente me asusté bastante. Retumbaban truenos, el viento silbaba horriblemente, y el ruido del mar enloquecido era ensordecedor. Entonces maldije mi decisión de volver al mar, y no sé por qué miré repentinamente hacia la ventana redonda del camarote. El viejo marinero me miraba desde el otro lado del grueso vidrio, pero ahora tenía rasgos monstruosos: tenía dientes puntiagudos y una sonrisa descomunalmente grande, y lo iluminaron unos relámpagos, y aquel instante de intenso terror me pareció eterno, hasta que finalmente desapareció de pronto.
La tempestad duró toda la noche. Por poco el barco no zozobró, y de milagro no terminamos en las oscuras profundidades del mar. Unas horas después alcanzamos un puerto. En ese tramo del viaje busqué al viejo marinero con la esperanza de comprobar que era alguien real, y que lo que vi fue una especie de alucinación provocada por el miedo, pero no lo encontré, y aunque pregunté a varias personas nadie lo recordaba.
LA MUÑECA ENDEMONIADA
Uno de los obreros fue a abrir la puerta con la llave, pero Alejandro lo apartó y dijo:
- Deja, que yo la voy a abrir. Siempre quise hacer esto -y abrió la puerta de una enérgica patada hacia atrás.
- ¡Alejandro el demoledor! -victoreó uno de sus compañeros. Ese era su apodo y su oficio. La compañía para la que trabajaba iba a demoler aquella casa.
Entraron y miraron en derredor. Antes de demoler la casa con maquinaria pesada, debían quitar de su interior todo lo que pudiera tener valor. Generalmente sólo podían hacerse de la instalación eléctrica, de las aberturas, algunas losas de los baños; mas la casa en cuestión estaba completamente amueblada, lo que era extraño.
- No se llevaron nada, y los muebles parecen antiguos -observó uno de los compañeros de Alejandro, mientras tocaba uno de los muebles.
- Estos ricos se dan el lujo de abandonar cosas así -dijo Alejandro-. Bueno, vamos a ver cómo cargamos estos armatostes.
- ¡Pero que cosa más horrible…! -exclamó de pronto uno de los presentes. Todos se volvieron hacia él. Estaba mirando un gran armario, y en su interior, tras un vidrio, había una muñeca antigua que tenía una expresión aterradora en la cara, mezcla de mirada maligna y sonrisa aterradora.
- ¡Válgame Dios! Que muñeca más fea -opinó Alejandro, y empezó a bromear-. Era de la hija de Drácula. No, tal vez antes las usaban para curar el hipo ¡Jaja…! En las cosas que gastan los ricos, no se puede creer. Miren sus ojos, son… ¡Los movió!
Cuando Alejandro dijo eso, los otros, que reían ruidosamente, callaron de golpe y se apartaron: todos habían visto lo mismo. Permanecieron en silencio un momento, mirando fijamente a la horripilante cara de la muñeca, hasta que Alejandro dijo:
- No pasa nada. Sus ojos deben ser como unas canicas, se deben mover fácilmente. Tal vez fue por nuestras pisadas… o se aflojaron justo ahora por la humedad o algo así. Que alguien traiga una bolsa, o una caja. La metemos ahí y después la llevamos, que probablemente valga algo, si los que vivían aquí la tenían…
Uno de los obreros apareció luego con un saco de tela. Alejandro tuvo que forzar el armario, pues estaba cerrado. Cuando agarró a la muñeca resultó que ésta era más pesada de lo que creía. La metió en el saco y la dejó en un rincón; cuando cargaran las otras cosas la pondrían arriba. Mientras hacía eso sus compañeros lo observaban con atención: la muñeca los había impresionado profundamente, pues al mover los ojos su mirada maligna había pasado por la de todos, aunque fue por un momento muy breve.
Estaban cargando los muebles cuando una voz espeluznante, agria, profunda y aguda a la vez, gritó desde otra habitación:
- ¡Los voy a visitar una noche, cuando estén dormidos, aunque van a saber que estoy ahí, parada al lado de su cama, pero no van a poder hacer nada, no podrán moverse! ¡Jijiji…!
Y la voz calló de pronto, dejando a todos mudos de terror. Después se escuchó unos pasitos que se alejaban apresuradamente. Alejandro miró hacia el saco, éste estaba vacío. Cuando el terror los soltó un poco se atrevieron a recorrer la casa, pero la muñeca ya no estaba.
- Deja, que yo la voy a abrir. Siempre quise hacer esto -y abrió la puerta de una enérgica patada hacia atrás.
- ¡Alejandro el demoledor! -victoreó uno de sus compañeros. Ese era su apodo y su oficio. La compañía para la que trabajaba iba a demoler aquella casa.
Entraron y miraron en derredor. Antes de demoler la casa con maquinaria pesada, debían quitar de su interior todo lo que pudiera tener valor. Generalmente sólo podían hacerse de la instalación eléctrica, de las aberturas, algunas losas de los baños; mas la casa en cuestión estaba completamente amueblada, lo que era extraño.
- No se llevaron nada, y los muebles parecen antiguos -observó uno de los compañeros de Alejandro, mientras tocaba uno de los muebles.
- Estos ricos se dan el lujo de abandonar cosas así -dijo Alejandro-. Bueno, vamos a ver cómo cargamos estos armatostes.
- ¡Pero que cosa más horrible…! -exclamó de pronto uno de los presentes. Todos se volvieron hacia él. Estaba mirando un gran armario, y en su interior, tras un vidrio, había una muñeca antigua que tenía una expresión aterradora en la cara, mezcla de mirada maligna y sonrisa aterradora.
- ¡Válgame Dios! Que muñeca más fea -opinó Alejandro, y empezó a bromear-. Era de la hija de Drácula. No, tal vez antes las usaban para curar el hipo ¡Jaja…! En las cosas que gastan los ricos, no se puede creer. Miren sus ojos, son… ¡Los movió!
Cuando Alejandro dijo eso, los otros, que reían ruidosamente, callaron de golpe y se apartaron: todos habían visto lo mismo. Permanecieron en silencio un momento, mirando fijamente a la horripilante cara de la muñeca, hasta que Alejandro dijo:
- No pasa nada. Sus ojos deben ser como unas canicas, se deben mover fácilmente. Tal vez fue por nuestras pisadas… o se aflojaron justo ahora por la humedad o algo así. Que alguien traiga una bolsa, o una caja. La metemos ahí y después la llevamos, que probablemente valga algo, si los que vivían aquí la tenían…
Uno de los obreros apareció luego con un saco de tela. Alejandro tuvo que forzar el armario, pues estaba cerrado. Cuando agarró a la muñeca resultó que ésta era más pesada de lo que creía. La metió en el saco y la dejó en un rincón; cuando cargaran las otras cosas la pondrían arriba. Mientras hacía eso sus compañeros lo observaban con atención: la muñeca los había impresionado profundamente, pues al mover los ojos su mirada maligna había pasado por la de todos, aunque fue por un momento muy breve.
Estaban cargando los muebles cuando una voz espeluznante, agria, profunda y aguda a la vez, gritó desde otra habitación:
- ¡Los voy a visitar una noche, cuando estén dormidos, aunque van a saber que estoy ahí, parada al lado de su cama, pero no van a poder hacer nada, no podrán moverse! ¡Jijiji…!
Y la voz calló de pronto, dejando a todos mudos de terror. Después se escuchó unos pasitos que se alejaban apresuradamente. Alejandro miró hacia el saco, éste estaba vacío. Cuando el terror los soltó un poco se atrevieron a recorrer la casa, pero la muñeca ya no estaba.
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