lunes, 15 de julio de 2013
No abrás la puerta
Cierra Tu Puerta. Lee atentamente mis palabras y cierra muy bien tu
puerta, al terminar de leer, agradecerás haberla cerrado.
Ya no hay tiempo, están cerca…
Sus pasos se escuchan, ya están llegando, intentan
abrir la puerta, la cerré en cuanto note que ya casi
era la hora de su llegada…
Escucho sus susurros… están hablando de mí,
hablan sobre lo que les prometí… Rasgan sus pezuñas contra mi puerta, sé que
quisieran rasgar mi piel con ellas…
Ahora empiezan a gritar, piden que les abra la
puerta, piden que cumpla mi promesa…
Exigen que pague por lo que ellos me entregaron… Pero…
Como podría cumplir algo que solo acepte en un
momento de ambición, sé que no debí haberlo
echo, jamás pensé en como podría cumplir algo
casi imposible y en tan poco tiempo no imagine que
ellos vendrían a cobrar aquel precio… “Conocimiento absoluto” me dijeron, tendrás todo
el conocimiento del mundo de toda época pasada o
futura, buena o mala, se revelaría ante mis ojos la
verdad sobre Dios, la ubicación de grandes tesoros
de la historia, podría solucionar errores de mi
pasado y tener respuesta para las preguntas de mi futuro, definitivamente quería aquel poder, era
demasiada tentación ante mi, ofreciéndose de
manera muy… Barata…?
No…claro que no era barata, tenía que entregarle
algo a aquellos seres, pedían un precio muy alto,
cien almas… cómo podría conseguir cien almas y en tan poco tiempo…?, oh no, claro que no lo pensé,
en aquel instante tome la pluma y firme el contrato,
si en tres días no entregaba lo prometido, mi vida
sería el pago. Si en tres días mi cuenta no era
saldada ellos vendrían y me arrancarían el alma.
Hace 2 días tenia que entregar aquellas almas, vinieron a recogerlas y se enojaron mucho al ver
que no tenía ni una sola, suplique por mi vida,
intente convencerlos y afortunadamente me dieron
una última oportunidad.
Tenía 2 días mas… 2 días para contar y hacer
famosa mi historia y ante todo hacerla creíble, me dijeron que si alguien se enteraba por lo que
pasaba y me prestaba atención por al menos 2
minutos imaginando cada palabra y sintiendo por
lo menos algo de emoción, la vida de aquel incauto
seria el pago…
Gracias por salvar mi vida, en pocos momentos…
ellos tocarán tu puerta.
martes, 2 de julio de 2013
miedo al mar
Miedo al mar
Mucho tiempo después de mi aterradora experiencia en el mar, decidí regresar a él para enfrentar mi miedo. Después de todo sólo había visto que algo agitaba el agua iluminada por la luna, y lo que me pareció algo absurdamente grande, bien pudo ser un grupo de animales. Estar pensando en monstruos marinos en ese momento seguramente contribuyo con el repentino terror que sentí esa noche. Esos razonamientos son los que me hicieron volver al mar.
Tras un día entero de viaje llegué a una ciudad costera, y veinticuatro horas después partí en un barco repleto de turistas.
Las dimensiones del barco me daban algo de seguridad, aunque seguía mirando el mar con aprensión, y alguien lo notó. Un viejo barbudo vestido de marinero se acercó a saludarme y, apoyado despreocupadamente en la baranda de la nave empezó una conversación:
- El tiempo está bueno -comenzó diciendo el marinero-. El mar está calmado.
- Sí, hace buen tiempo -afirmé.
- Pero igual a usted no le gusta -observó el veterano de mar, y sonrió bajo su barba.
- Usted es observador -le dije-. Es cierto, no me gusta el mar. Soy un hombre de tierra firme, de andar en el campo, en el monte. Esto es algo muy ajeno a lo que conozco, es… no sé, no le encuentro la belleza, me resulta inquietante, tanta profundidad, tanta vastedad… Francamente, le tengo bastante miedo. No me avergüenza decirlo porque estoy seguro que muchos se aterrarían en los montes donde yo duermo tranquilamente. Respeto a los que aman el mar, pero a mí no me gusta.
- No tiene que gustarle a todos, y no es vergonzoso temerle. Tontos son los que no lo respetan. Todos estos turistas -dijo el viejo mirando a algunos pasajeros que pasaban- creen que viajar en barco es divertido, creen que la tecnología los mantiene a salvo, creen que pueden cruzar por estas aguas sin tener un mínimo de respeto. Antes los marineros vigilaban el horizonte con preocupación, ahora vigilan sus radares y aparatos, pero no pueden verlo todo, el mar aún guarda muchos misterios…
Y dicho aquello el viejo marinero se despidió con un gesto, levantó un poco su gorra, se alejó y se perdió entre los turistas que deambulaban por la cubierta.
Tras esa conversación miré hacia el horizonte, y vi que una montaña de nubes oscuras y amenazadoras se iba elevando de a poco. Después empezó a soplar un viento por demás cálido, el mar empezó a picarse, se oscureció, y en cuestión de minutos la tormenta estaba sobre nosotros.
El personal del barco hizo que todos fueran a sus habitaciones, y noté miradas alarmadas.
Cuando entré a mi camarote la tormenta rugía ferozmente. A pesar del enorme tamaño del barco, el mar enfurecido empezó a sacudirlo, e inevitablemente me asusté bastante. Retumbaban truenos, el viento silbaba horriblemente, y el ruido del mar enloquecido era ensordecedor. Entonces maldije mi decisión de volver al mar, y no sé por qué miré repentinamente hacia la ventana redonda del camarote. El viejo marinero me miraba desde el otro lado del grueso vidrio, pero ahora tenía rasgos monstruosos: tenía dientes puntiagudos y una sonrisa descomunalmente grande, y lo iluminaron unos relámpagos, y aquel instante de intenso terror me pareció eterno, hasta que finalmente desapareció de pronto.
La tempestad duró toda la noche. Por poco el barco no zozobró, y de milagro no terminamos en las oscuras profundidades del mar. Unas horas después alcanzamos un puerto. En ese tramo del viaje busqué al viejo marinero con la esperanza de comprobar que era alguien real, y que lo que vi fue una especie de alucinación provocada por el miedo, pero no lo encontré, y aunque pregunté a varias personas nadie lo recordaba.
Tras un día entero de viaje llegué a una ciudad costera, y veinticuatro horas después partí en un barco repleto de turistas.
Las dimensiones del barco me daban algo de seguridad, aunque seguía mirando el mar con aprensión, y alguien lo notó. Un viejo barbudo vestido de marinero se acercó a saludarme y, apoyado despreocupadamente en la baranda de la nave empezó una conversación:
- El tiempo está bueno -comenzó diciendo el marinero-. El mar está calmado.
- Sí, hace buen tiempo -afirmé.
- Pero igual a usted no le gusta -observó el veterano de mar, y sonrió bajo su barba.
- Usted es observador -le dije-. Es cierto, no me gusta el mar. Soy un hombre de tierra firme, de andar en el campo, en el monte. Esto es algo muy ajeno a lo que conozco, es… no sé, no le encuentro la belleza, me resulta inquietante, tanta profundidad, tanta vastedad… Francamente, le tengo bastante miedo. No me avergüenza decirlo porque estoy seguro que muchos se aterrarían en los montes donde yo duermo tranquilamente. Respeto a los que aman el mar, pero a mí no me gusta.
- No tiene que gustarle a todos, y no es vergonzoso temerle. Tontos son los que no lo respetan. Todos estos turistas -dijo el viejo mirando a algunos pasajeros que pasaban- creen que viajar en barco es divertido, creen que la tecnología los mantiene a salvo, creen que pueden cruzar por estas aguas sin tener un mínimo de respeto. Antes los marineros vigilaban el horizonte con preocupación, ahora vigilan sus radares y aparatos, pero no pueden verlo todo, el mar aún guarda muchos misterios…
Y dicho aquello el viejo marinero se despidió con un gesto, levantó un poco su gorra, se alejó y se perdió entre los turistas que deambulaban por la cubierta.
Tras esa conversación miré hacia el horizonte, y vi que una montaña de nubes oscuras y amenazadoras se iba elevando de a poco. Después empezó a soplar un viento por demás cálido, el mar empezó a picarse, se oscureció, y en cuestión de minutos la tormenta estaba sobre nosotros.
El personal del barco hizo que todos fueran a sus habitaciones, y noté miradas alarmadas.
Cuando entré a mi camarote la tormenta rugía ferozmente. A pesar del enorme tamaño del barco, el mar enfurecido empezó a sacudirlo, e inevitablemente me asusté bastante. Retumbaban truenos, el viento silbaba horriblemente, y el ruido del mar enloquecido era ensordecedor. Entonces maldije mi decisión de volver al mar, y no sé por qué miré repentinamente hacia la ventana redonda del camarote. El viejo marinero me miraba desde el otro lado del grueso vidrio, pero ahora tenía rasgos monstruosos: tenía dientes puntiagudos y una sonrisa descomunalmente grande, y lo iluminaron unos relámpagos, y aquel instante de intenso terror me pareció eterno, hasta que finalmente desapareció de pronto.
La tempestad duró toda la noche. Por poco el barco no zozobró, y de milagro no terminamos en las oscuras profundidades del mar. Unas horas después alcanzamos un puerto. En ese tramo del viaje busqué al viejo marinero con la esperanza de comprobar que era alguien real, y que lo que vi fue una especie de alucinación provocada por el miedo, pero no lo encontré, y aunque pregunté a varias personas nadie lo recordaba.
LA MUÑECA ENDEMONIADA
Uno de los obreros fue a abrir la puerta con la llave, pero Alejandro lo apartó y dijo:
- Deja, que yo la voy a abrir. Siempre quise hacer esto -y abrió la puerta de una enérgica patada hacia atrás.
- ¡Alejandro el demoledor! -victoreó uno de sus compañeros. Ese era su apodo y su oficio. La compañía para la que trabajaba iba a demoler aquella casa.
Entraron y miraron en derredor. Antes de demoler la casa con maquinaria pesada, debían quitar de su interior todo lo que pudiera tener valor. Generalmente sólo podían hacerse de la instalación eléctrica, de las aberturas, algunas losas de los baños; mas la casa en cuestión estaba completamente amueblada, lo que era extraño.
- No se llevaron nada, y los muebles parecen antiguos -observó uno de los compañeros de Alejandro, mientras tocaba uno de los muebles.
- Estos ricos se dan el lujo de abandonar cosas así -dijo Alejandro-. Bueno, vamos a ver cómo cargamos estos armatostes.
- ¡Pero que cosa más horrible…! -exclamó de pronto uno de los presentes. Todos se volvieron hacia él. Estaba mirando un gran armario, y en su interior, tras un vidrio, había una muñeca antigua que tenía una expresión aterradora en la cara, mezcla de mirada maligna y sonrisa aterradora.
- ¡Válgame Dios! Que muñeca más fea -opinó Alejandro, y empezó a bromear-. Era de la hija de Drácula. No, tal vez antes las usaban para curar el hipo ¡Jaja…! En las cosas que gastan los ricos, no se puede creer. Miren sus ojos, son… ¡Los movió!
Cuando Alejandro dijo eso, los otros, que reían ruidosamente, callaron de golpe y se apartaron: todos habían visto lo mismo. Permanecieron en silencio un momento, mirando fijamente a la horripilante cara de la muñeca, hasta que Alejandro dijo:
- No pasa nada. Sus ojos deben ser como unas canicas, se deben mover fácilmente. Tal vez fue por nuestras pisadas… o se aflojaron justo ahora por la humedad o algo así. Que alguien traiga una bolsa, o una caja. La metemos ahí y después la llevamos, que probablemente valga algo, si los que vivían aquí la tenían…
Uno de los obreros apareció luego con un saco de tela. Alejandro tuvo que forzar el armario, pues estaba cerrado. Cuando agarró a la muñeca resultó que ésta era más pesada de lo que creía. La metió en el saco y la dejó en un rincón; cuando cargaran las otras cosas la pondrían arriba. Mientras hacía eso sus compañeros lo observaban con atención: la muñeca los había impresionado profundamente, pues al mover los ojos su mirada maligna había pasado por la de todos, aunque fue por un momento muy breve.
Estaban cargando los muebles cuando una voz espeluznante, agria, profunda y aguda a la vez, gritó desde otra habitación:
- ¡Los voy a visitar una noche, cuando estén dormidos, aunque van a saber que estoy ahí, parada al lado de su cama, pero no van a poder hacer nada, no podrán moverse! ¡Jijiji…!
Y la voz calló de pronto, dejando a todos mudos de terror. Después se escuchó unos pasitos que se alejaban apresuradamente. Alejandro miró hacia el saco, éste estaba vacío. Cuando el terror los soltó un poco se atrevieron a recorrer la casa, pero la muñeca ya no estaba.
- Deja, que yo la voy a abrir. Siempre quise hacer esto -y abrió la puerta de una enérgica patada hacia atrás.
- ¡Alejandro el demoledor! -victoreó uno de sus compañeros. Ese era su apodo y su oficio. La compañía para la que trabajaba iba a demoler aquella casa.
Entraron y miraron en derredor. Antes de demoler la casa con maquinaria pesada, debían quitar de su interior todo lo que pudiera tener valor. Generalmente sólo podían hacerse de la instalación eléctrica, de las aberturas, algunas losas de los baños; mas la casa en cuestión estaba completamente amueblada, lo que era extraño.
- No se llevaron nada, y los muebles parecen antiguos -observó uno de los compañeros de Alejandro, mientras tocaba uno de los muebles.
- Estos ricos se dan el lujo de abandonar cosas así -dijo Alejandro-. Bueno, vamos a ver cómo cargamos estos armatostes.
- ¡Pero que cosa más horrible…! -exclamó de pronto uno de los presentes. Todos se volvieron hacia él. Estaba mirando un gran armario, y en su interior, tras un vidrio, había una muñeca antigua que tenía una expresión aterradora en la cara, mezcla de mirada maligna y sonrisa aterradora.
- ¡Válgame Dios! Que muñeca más fea -opinó Alejandro, y empezó a bromear-. Era de la hija de Drácula. No, tal vez antes las usaban para curar el hipo ¡Jaja…! En las cosas que gastan los ricos, no se puede creer. Miren sus ojos, son… ¡Los movió!
Cuando Alejandro dijo eso, los otros, que reían ruidosamente, callaron de golpe y se apartaron: todos habían visto lo mismo. Permanecieron en silencio un momento, mirando fijamente a la horripilante cara de la muñeca, hasta que Alejandro dijo:
- No pasa nada. Sus ojos deben ser como unas canicas, se deben mover fácilmente. Tal vez fue por nuestras pisadas… o se aflojaron justo ahora por la humedad o algo así. Que alguien traiga una bolsa, o una caja. La metemos ahí y después la llevamos, que probablemente valga algo, si los que vivían aquí la tenían…
Uno de los obreros apareció luego con un saco de tela. Alejandro tuvo que forzar el armario, pues estaba cerrado. Cuando agarró a la muñeca resultó que ésta era más pesada de lo que creía. La metió en el saco y la dejó en un rincón; cuando cargaran las otras cosas la pondrían arriba. Mientras hacía eso sus compañeros lo observaban con atención: la muñeca los había impresionado profundamente, pues al mover los ojos su mirada maligna había pasado por la de todos, aunque fue por un momento muy breve.
Estaban cargando los muebles cuando una voz espeluznante, agria, profunda y aguda a la vez, gritó desde otra habitación:
- ¡Los voy a visitar una noche, cuando estén dormidos, aunque van a saber que estoy ahí, parada al lado de su cama, pero no van a poder hacer nada, no podrán moverse! ¡Jijiji…!
Y la voz calló de pronto, dejando a todos mudos de terror. Después se escuchó unos pasitos que se alejaban apresuradamente. Alejandro miró hacia el saco, éste estaba vacío. Cuando el terror los soltó un poco se atrevieron a recorrer la casa, pero la muñeca ya no estaba.
miércoles, 26 de junio de 2013
Por favor, abre la puerta
Han pasado tres años desde aquella noche.
Yo no debí haber estado ahí, ellos lo sabían. Ese día salí
muy temprano a la casa de un amigo, sus padres no
estarían y tenía un nuevo videojuego de terror; pasaríamos
toda la noche jugando.
Ellos lo sabían, yo no debí haber estado ahí esa noche, mi
amigo debió estar solo. Ellos lo habían observado por días
como hacen siempre y sabían que esa noche estaría solo.
Desde el momento en que lo eligieron, no había marcha
atrás.
Pero tal vez quieras saber quiénes son ellos. Bueno, la
verdad… aún no estoy seguro, sigo sin asimilar lo que pasó
aquella noche; pero te contaré lo que hasta ahora sé, para
que tengas cuidado.
Ellos se encuentran en todas partes, en ningún lugar estás
exento de ser su víctima. Eligen a una persona, no sé bien
cómo o en qué características se basan, pero una vez que
te eligen no cambiarán de opinión: te vigilan, te estudian y
estudian a todas las personas que conoces. Día tras día te
observan cuidadosamente sin que tú te percates de su
presencia.
Y esperan la noche en que su víctima esté sola, es en ese
momento cuando todo empieza.
Aquel día llegué alrededor de las 8:00 p.m. a su casa. Sus
padres habían salido desde temprano y él había preparado
todo lo necesario para pasar jugando toda la noche. Al día
siguiente no habría clases, así que yo regresaría a mi casa
por la mañana. Pasamos un buen rato jugando, el tiempo
pasó tan pronto que cuando nos dimos cuenta ya era la
una de la madrugada. Nos habíamos llevado algunos sustos
con el juego, así que comenzamos a hacer bromas con la
situación; ahí fue cuando todo se puso raro. Empezamos a
escuchar ruidos extraños afuera de la habitación, que al
principio pensábamos que no era nada importante, e
hicimos algunos chistes en relación a lo que jugábamos.
«Deben ser los zombis», nosotros sólo reíamos. Pero nos
comenzamos a poner tensos cuando el sonido se oía más
claro: eran pisadas, se escuchaban pisadas por todo el
pasillo de afuera.
—¿Crees que tus padres hayan regresado? —le pregunté, a
lo que él respondió que sus padres regresarían hasta el día
siguiente, por la tarde. Además, el número de pasos que
se escuchaban eran demasiados como para ser sólo sus
padres.
De pronto, luego de oír todos esos pasos acercándose cada
vez más a la puerta, hubo un profundo silencio.
—¿Hay alguien afuera?… ¿Quién está ahí? —comenzamos a
preguntar, nerviosos. Estábamos seguros de que había
alguien afuera, pero esos sonidos… ¿quién podría ser? En
la habitación en la que estábamos había una computadora
que mi amigo había encendido desde que comenzamos a
jugar, era una costumbre suya. Se escuchó un sonido que
provenía de ella, un sonido familiar, pero que por el miedo
que teníamos en ese momento nos provocó una reacción
de sobresalto a ambos. Era sólo un correo electrónico que
le había llegado, pues también había dejado la ventana de
su correo abierta. Ver esto nos dio algo de sosiego, y hasta
reímos un poco; sin embargo, la tensión volvió a nosotros
al notar que la dirección de quien lo enviaba era
irreconocible, una combinación aleatoria de números y
letras. Dudamos abrirlo, pero mi amigo decidió hacerlo.
Quedamos completamente paralizados tras leer lo que
decía el correo:
«Pase lo que pase, no abras la puerta».
Con tan sólo leer esas palabras, una sensación
completamente rara invadió mi corazón. En ese momento
realmente sentía pánico, pero el mensaje decía más.
«Ellos están afuera. Por favor, hagas lo que hagas,
escuches lo que escuches, no abras la puerta. Intentarán
convencerte de que lo hagas, tienen muchos métodos;
pueden fingir ser alguien que conoces, un familiar, un
amigo, y sus voces sonarán igual. Tal vez te pidan ayuda, te
dirán que están lastimados, te suplicarán que abras la
puerta. Pero escuches lo que escuches esta noche, no
abras. Trata de ignorarlos, trata de dormir, mañana todo
estará bien. Ellos jugarán con tu mente; no lo permitas.
Por favor, créeme, ¡no abras la puerta!».
Cuando terminamos de leer yo no sabía qué pensar. Tal
vez era una broma tonta de alguien, tal vez incluso era mi
amigo quien me jugaba una broma… pero él tenia esa
expresión, estaba tan asustado como yo, lo pude sentir.
Ahora sabíamos que había alguien ahí afuera, tras la
puerta. De pronto, llegó el momento más aterrador que
nos pudimos esperar; en ese instante un escalofrió recorrió
todo mi cuerpo y me dejó paralizado. Una voz se escuchó,
provenía de atrás de la puerta. Mi amigo estaba seguro y
yo lo puedo corroborar: la voz era la de su madre.
—Hijo por favor ábreme, tu padre y yo tuvimos un
accidente en el auto, estamos muy lastimados… por favor,
abre, ayúdanos. —Al escuchar esto mi amigo sólo
retrocedió un paso. Aún puedo recordar esa expresión en
su rostro, estaba en shock. Estoy seguro de que ninguno
de los dos lo creíamos ni sabíamos qué hacer.
—Hijo por favor, abre, ¿qué esperas? Necesitamos tu
ayuda… —Sin lugar a dudas, ésa era la voz de su padre.
Eran las voces moribundas de sus padres tras la puerta,
clamando por ayuda. Mi amigo y yo permanecimos sin
reacción por algunos segundos, después él se volteó
lentamente, y me dijo:
—Esos realmente son mis padres. Necesitan ayuda, abriré
la puerta.
Se propuso dirigirse hacia la puerta, pero lo detuve.
—Recuerda el correo, lo que nos dijo que pasaría, ¿no se
te hace extraño?, ¿qué tal si es verdad y ellos no son tus
padres? —Él lo único que hizo fue hacer que lo soltara.
«No digas tonterías», me dijo. «Tú los escuchaste, ésas
eran las voces de mis padres. El correo debe de ser una
estúpida coincidencia». Se dirigió a la puerta sin que
pudiera hacer nada.
La verdad, no sé qué me hizo hacerlo, pudo ser el miedo
que me invadía… pero al verlo dirigirse a la puerta, lo
único que pensé fue correr hacia el armario en donde mi
amigo guardaba algunas de sus cosas y esconderme ahí. No
sabía lo que pasaría, pero en verdad tenía miedo.
Lo que escuché a continuación aún no lo olvido, y hasta el
día de hoy tengo pesadillas con ello. Él abrió la puerta, y
después sólo pude escuchar sus gritos. Eran unos gritos
desgarrantes, llenos de dolor y terror; yo no pude hacer
nada más que permanecer inmóvil, hasta que después de
unas horas me quedé dormido.
Al despertar por la mañana, me extrañó ver el lugar en
que me encontraba, y luego lo recordé todo. Salí del
armario y en la habitación no había nadie. Noté de
inmediato que ya era de día y que la puerta estaba abierta,
así que decidí salir. Busqué por toda la casa esperando
encontrarlo y que me dijera que todo había sido una
broma, pero mi amigo no estaba. En la tarde llegaron sus
padres y les conté lo sucedido, llamaron a la policía y lo
buscaron por días, pero él nunca apareció. El correo que le
había llegado esa noche también desapareció, y para ser
honesto creo que nadie creyó nada de lo que les había
contado.
Aunque… no importa que nadie me creyera, yo sé lo que
pasó esa noche y sé que ellos estaban ahí afuera. También
sé que no debí haber estado ahí, que no debería saber que
ellos existen.
Aún no sé por qué lo hacen, creo que sólo tratan de
divertirse con las personas, con su pánico… alguna especie
de juego. Cada día lo analizo y trato de aprender más de
ellos; sé que sólo llegan en la noche y que pueden imitar
cualquier voz, que si no abres la puerta se irán y también
creo que siempre recibirás ese extraño mensaje de
advertencia, debe ser parte de su macabro juego.
No debí estar ahí ese día, y no debería saber que ellos
existen. Sé que algún día regresaran por mí, pero pase lo
que pase, no abriré la puerta.
Muerte pornográfica
Sí, lo sé, el título es algo raro, pero no encuentro otras
palabras para describir lo siguiente.
Siempre fui muy apegado a mi prima Alejandra. Cuando
esto ocurrió, hace ya varios años, ella tenía la edad de
diecinueve años y yo quince. Nuestros familiares siempre
nos decían que parecíamos «uña y mugre», ya que siempre
andábamos juntas de un lado a otro. Pero siempre hubo un
hábito de Alejandra que a mí nunca me gustó: a ella le
gustaba la pornografía.
Siempre creí que la pornografía sólo le gustaba a los
hombres, pero mi prima muchas veces me contó de
nuevas páginas que encontraba o de algunas prácticas
sexuales bastante extrañas. Como ella sabía que a mí no
me gustaban esas cosas, se limitaba a contarme de vez en
cuando los resultados de sus búsquedas, pero jamás me
incitó a ver una pagina así.
Cierto día de abril, me contó que había encontrado una
página nueva en donde si te registrabas, tú mismo podías
hacer tus videos o tus fotos «xxx». El primer error que
cometió fue el de registrarse. En un inicio ella miraba
pornografía, pero jamás subía fotos suyas o daba alguna
información acerca de su vida. Desgraciadamente, después
me enteré de que había empezado a tener varios
seguidores en esa página porque había empezado a subir
fotos de ella desnuda.
Entonces nuestra relación se fue debilitando poco a poco,
hasta que terminó por extinguirse. Pasaron algunos meses
en los que no tuve contacto con ella, pero una noche
acudió a mi casa llorando y pidiéndole a mis papás que la
dejaran hablar conmigo. Mis papás, preocupados, nos
dejaron charlar a solas.
Alejandra me contó que desde que empezó a subir ese
tipo de fotos, una chica de nombre Esther la había
agregado como amiga, y que en la página de Esther había
fotos de ella haciendo muchas cosas incorrectas. A pesar
de saber que de esa amistad no saldría nada bueno, mi
prima aceptó ser su amiga y poco a poco fueron
compartiendo fotos y experiencias. Después de contarme
esto, mi prima se puso muy nerviosa y me dijo que desde
hace algunos días, Esther subía fotos en donde aparecía
desnuda y llena de sangre, con su cuerpo mutilado,
moretones en su cara y cadenas en sus pies. En pocas
palabras, eran fotos de ella asesinada, en las que también
se veía la sombra de quien había tomado las fotos, y mi
prima sospechaba que el mismo fotógrafo era el asesino.
Aunque su relato me sorprendió, aún no comprendía del
todo por qué Alejandra quería hablar conmigo, pero
la respuesta a esa pregunta me llegó pronto.
Mi prima me dijo que en los comentarios de las fotos del
asesinato de Esther aparecía un link bastante extraño, y
que ella, por curiosidad, se atrevió a abrir esa página. Lo
que vio fue algo perturbador: cientos de fotos de chicas
asesinadas de la misma manera que Esther, y al final de
cada foto, la leyenda «Tú eres la siguiente», acompañada
de la foto de mi prima… Obviamente ella se asustó y cerró
de inmediato la página; pero dice que cada noche podía
ver a un hombre en su ventana sosteniendo una cámara en
sus manos. Y cuando lo miraba detenidamente, podía ver
que ese hombre sólo tenía una horrenda sonrisa en la cara.
Sin ojos ni nariz.
¿Qué podía hacer yo? Aunque no creía su historia, le
permití que durmiera varios días en mi casa, y como ella no
vio en esos días nada extraño en las ventanas ni nada por
el estilo, se sintió lista para regresar a su departamento.
Después de un tiempo dejé de saber de ella, hasta que un
día mis padres me informaron que la habían asesinado;
pero no me dijeron cómo o por qué. Tampoco me dejaron
ir al funeral esa tarde, así que decidí meterme a la red
social pornográfica en la que se había suscrito.
Y ahí estaban: fotos de ella, un día antes de su muerte,
amarrada a una cama, desnuda y con muchas agujas en su
cuerpo, llagas en los brazos y moretones en su cara. No
pude ver las siguientes fotos. Lo único que me alegró fue
no ver el link que ella me describió… Aquel en donde le
anunciaron que ella sería la siguiente.
Cuando les conté a mis papás de lo que vi, y quisimos
revisar la página, ésta había sido dada de baja, y el cómo
murió mi prima quedó en una pregunta sin respuesta.
Aunque juraría que ayer, cuando dormía, pude ver la
silueta de un hombre en la ventana de mi vecina… un
hombre sosteniendo una cámara…
«Pobre chica», pensé. «Todo por subir sus fotos a una
página de internet».
Estaba en mi habitación sentado estudiando un poco cuando escuche que mi mamá me llamó desde la planta de abajo. Le contesté que me diera dos minutos a que terminara un ejercicio. Cuando lo hice me levanté y abrí la puerta de mi cuarto para bajar y vi a mi madre parada justo en frente de mi habitación con un rictus de terror en su rostro. Cuando estaba a punto de preguntarle que pasaba abrió la boca y me dijo:
-No bajes, yo también lo escuché.
-No bajes, yo también lo escuché.
martes, 25 de junio de 2013
Sangre Nieves: ¿la verdadera historia de Blanca Nieves?
Liliana esperaba con ansias la llegada de su primogénita, esa criatura que tanto habían soñado ella y su esposo, Lord Frederick. Tan segura estaba de que sería una niña, que todas las noches imaginaba su apariencia hermosa con piel blanca como la nieve, cabellos tan negros como una noche sin luna ni estrellas y labios rojos, tan rojos como la sangre fresca…
De pronto empezó a sentir un dolor muy agudo en el vientre e instintivamente llevó sus manos a él, mientras se doblaba del dolor y veía cómo el inmaculado vestido que llevaba puesto empezaba a teñirse de rojo hasta los pies, haciéndola gritar por ayuda.
Fueron horas de labor y dolor el dar a luz a esa criatura hermosa, tanto así que la salud de Liliana empezó a decaer, día a día, y ella dejó de ser la misma.
Los siguientes meses transcurrieron dentro de un ambiente de calma y alegría, mezclado con incertidumbre para Lord Frederick, ya que su felicidad no podía ser completa si tenía que ver cómo la belleza y juventud de su amada esposa se consumían rápidamente con el pasar de los días; en cambio, su hija crecía, y empezaba a dar sus primeros pasos.
Liliana murió al cabo de un año, dejando huérfana a su pequeña Lilly, y a Lord Frederick con un dolor profundo.
A los ocho años Lilly se había convertido en una niña hermosa, pero malcriada, y podría decirse que hasta malvada: gozaba maltratando a las hijas de los sirvientes, atrapaba ratones para luego ahogarlos en un balde con agua y cazaba aves pequeñas para arrancarles las alas, mientras su mirada se tornaba en algo grotesco…
Un día Lord Frederick la mandó a llamar para anunciarle que tendría que salir de viaje, puesto que iría a conocer a quien sería su nueva esposa. Esto a Lilly no la complació en lo absoluto y sólo respondió con una mueca, echando a correr. Su comportamiento seguía empeorando, permanecía horas encerrada en la habitación de su madre cepillando su cabello frente a un gran espejo, con la mirada perdida en el vacío de su reflejo.
Pasó un tiempo antes de que Lord Frederick regresara a su castillo. Al parar el carruaje en el que venía, bajó y se quedó parado con la mano extendida a la puerta del vehículo tomando la mano de una hermosa mujer. Detrás de ella, un hombre apocado y aparentemente con retraso mental cargaba una caja de madera. Lord Frederick buscó a Lilly entre el mar de gente que llagaba a recibirlos; una de las sirvientas la traía de la mano, la pequeña llegó con la mirada baja y una de sus manos cerrada en un puño.
Lord Frederick la llamó pero ella no respondió, haciendo que quisiera darle una reprimenda, pero la hermosa mujer a la que aún sostenía de la mano lo contuvo suavemente, al mismo tiempo que se inclinaba para saludar a la pequeña. Lilly la observó desafiante, pero la mujer no dejó de sonreír y preguntó a la niña si podía mostrarle su mano. La mirada de Lilly se tornó maliciosa, y abrió su puño para dejar ver el cuerpo de un ratón desollado y sin ojos.
Sin perder la compostura, la bella dama le preguntó si no preferiría cambiarlo por lo que sostenía el hombre, hermano de Lady Claudia —así era como se llamaba la bella mujer—. Ésta tomó la caja en manos de su hermano y al abrirla apareció un cachorro. Se lo mostró a la niña; ella dejó caer el ratón, sacó al cachorro, se dio media vuelta y se alejó saltando y cantando dejando a Lady Claudia encubriendo el enojo que le provocó por haberla ignorado… Al día siguiente se celebraba la boda entre su padre y Lady Claudia, pero Lilly no salió de la habitación de su madre y lloró amargamente frente al espejo.
Horas después los recién casados se encontraban dormidos. Lady Claudia empezó a sentir cómo algo goteaba en su cara. Se enderezó en la cama, pasó su mano por el rostro… ¡sangre!, era sangre de lo que se mancharon sus dedos. Miró hacia arriba y el cachorro que le había regalado a Lilly prendía de la cabecera degollado; pero ella no gritó, sólo tomó lo que quedaba del animal y se dirigió a la habitación de la niña. Al entrar se sentó en la cama y despertó a la pequeña con un beso en la frente. Lilly abrió los ojos, y entonces le dijo en voz muy baja:
—Es mejor que no me tomes como a tu rival pequeña, porque puede que pierdas la guerra.
Con el pasar de los años Lilly se convirtió en una adolescente bella e inteligente, mucho más que su difunta madre, pero con una personalidad cruel y sanguinaria. Su madrastra esperaba a su primer hijo, y Lord Frederick organizaba una gran fiesta para celebrar el cumpleaños de su hermosa primogénita. Por esta razón, Lady Claudia ofreció a Lilly el vestido que ella usó cuando cumplió dieciséis como una muestra de tregua a su pequeña guerra. La joven aceptó el vestido y caminó hacia la habitación de su madre.
Esa noche, Lilly apareció en la fiesta ataviada con uno de los vestidos de su madre. Lady Claudia se enfureció mientras veía bailar a su hijastra, y su esposo estaba embelesado porque su hija le recordaba a Liliana. La mujer empezó a sentir contracciones, y horas después el bebe nació, muerto. Lord Frederick quedó devastado… pero no se comparaba al dolor de la madre fallida, quien gritaba a todos que la dejaran en paz y llamaba a voces a su hermano. Lilly contuvo una risa de victoria.
Tras haber perdido su belleza, Lady Claudia se encerró en sí misma, hasta que un día dejó la habitación para vagar por los pasillos del castillo, y al dar con la habitación de Liliana, sintió como si una voz la instigara a entrar. Lo hizo, y caminó hasta quedar frente a un espejo inmenso con bordes dorados. Hipnotizada, se sentó en el banco junto a él y miró fijamente su reflejo, ya no gozaba de juventud… Empezó a llorar, y gritar, que todo era culpa de esa mocosa. Intentó destruir el amado espejo de Liliana, pero su reflejo la detuvo, y hablando como si tuviera vida, y haciéndola sentir que perdía la razón, le prometió devolverle su juventud y belleza siempre y cuando estuviera dispuesta a hacerle unos pequeños favores…
Así fue como Lady Claudia había rejuvenecido ante la mirada llena de odio de Lilly. Cegada por su sentimiento de triunfo, envió a Lilly a un viaje con el pretexto de que necesitaba conocer el mundo. Pero le pidió a su hermano que la escoltara, y se asegurara de que sufriera un «accidente» en el camino. Mientras tanto, Lady Claudia se encargaría de vengarse de su amado esposo, quien siempre prefirió a Lilly por sobre ella.
La noticia de que Lilly y su hermano habían desaparecido sin dejar rastros no tardó en llegar. Aunque esto destrozó aún más a Lord Frederick, la evidente muerte de su hermano no significó nada para Lady Claudia, y siguió envenenando a su esposo y llenándolo de dolor, decidida a hacer de él un despojo humano. En cuestión de noches Lord Frederick había perdido completamente su espíritu y vagaba por el castillo llorando y buscando desesperado a Lilly, pero ella no contestaba su llamado.
Todo sería distinto una noche de invierno, cuando el ambiente en el castillo era más tétrico que de costumbre. Lady Claudia paseaba por la habitación que era de Liliana llevando en brazos un pequeño bulto, tarareando una y otra vez la misma canción. De repente, se escucharon gritos a la entrada del castillo; Lady Claudia posó el bulto en la cama para asomarse por la ventana. Uno de los guardias había sido degollado y destrozado mientras los demás huían despavoridos como si una jauría de lobos los atacara. Eran siete hombres corpulentos, aullando de placer, desgarrando a los guardias uno a uno ¡con sus propias manos y dientes! La sangre que brotaba de sus víctimas manchaba sus rostros y caía impúdica sobre la blanca nieve…
Lady Claudia se aterrorizó y quiso correr a asegurar las puertas de la habitación, pero ya era demasiado tarde, una figura se asomaba a la puerta sonriendo, tan maliciosamente como siempre. Era Lilly. Lady Claudia se preguntaba cómo es que había sobrevivido, la niña se limitada a sonreír. Uno de sus brazos escondía algo detrás de su espalda. Lady Claudia la miraba con horror y curiosidad; ¿qué era lo que ocultaba?
¡La cabeza de su hermano!, que había cercenado y mutilado, ahora sus ojos eran unas cuencas vacías y su boca abierta no era más que un agujero sin dientes ni lengua, sólo una masa de carne y sangre coagulada y mal oliente. Lady Claudia gritó e intentó huir, pero Lilly fue más rápida, lanzándole la cabeza de su hermano para hacerla tropezar y caer. Rió como una psicótica tomando a su madrastra por los cabellos para obligarla a ver la orgía de sangre que practicaban los siete hombres afuera. Cómo destrozaban los cuerpos de sus víctimas y mascaban la carne cruda que arrancaban con sus dientes… se escuchaba cómo crujía la carne entre sus mandíbulas.
Un leve llanto captó la atención de Lilly y llenó de pánico a Lady Claudia. Soltó a su presa azotándola contra la pared para dirigirse a la cama y destapar el pequeño bulto que tanto atesoraba. Con una sonrisa retorcida, lo recogió, y caminó al espejo extendiendo los brazos y mirándolo con recelo…
—Espejo, espejo sobre la pared. Veo que te has divertido en mi ausencia —dijo con reproche hacia su reflejo, pero poco duró su trance ya que un dolor agudo y punzante atravesó su espalda. Lady Claudia la había apuñalado justo en el centro del corazón, pero Lilly sonrió y giró su cuerpo, mirando fijamente a la mujer, burlándose del acto desesperado por deshacerse de ella.
El reflejo de Lilly ardió en llamas azules y empezó a cambiar frente a una atónita Lady Claudia. La forma que tomó fue la de un demonio de piel pálida, como la blanca nieve, de ojos negros, profundos, como la noche, una sonrisa retorcida y tan roja como la sangre fresca…
Tiempo después se celebraba en el castillo la boda de Lilly y un noble de tierras vecinas. El padre de Lilly se había desvanecido, así como Lady Claudia, y todo empezaba a prosperar de nuevo en el castillo. Lilly esperaba la llegada de su primer hijo y se le veía caminar feliz por los pasillos con algo entre sus manos, hasta que se detuvo en la que alguna vez fue la recámara de su madre, sellada años atrás.
Quitó el seguro de las puertas y caminó hacia el espejo, diciendo:
—Espejo, espejo sobre la pared, no te podrás quejar, ya tienes compañía, y pronto tendrás un heredero más que te alimentará.
Dijo esto mirando directamente hacia el espejo, mostrando al demonio sonriendo complacido y, al fondo del reflejo, a los siete hombres torturando a Lady Claudia y a Lord Frederick.
Lilly arrojó lo que tenía entre las manos hacia un rincón de la habitación y una pequeña criatura salió de entre las sombras para devorar el cuerpo de un ratón, ante la sonrisa malévola de la futura madre…
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